Es un alivio que aún queden tantas casas de comidas y que en esta todo sea auténtico. Desde las mesas o las banquetas, hasta los manteles a cuadros. Este castizo local, frecuentado por las gentes del mundo de la cultura, el espectáculo y la farándula, destila el ambiente bohemio tan característico de la Ciutat Vella y de los tipos que conspiraron por allí, como Manolo Vázquez Montalbán o Terenci Moix; además de quienes representaron la esencia de la Barcelona de los años 60 y 70, que encontraron en esta tasca una sabrosa cocina burguesa y también obrera, servida sin complejos.
Los años de la degradación del barrio y la modernización de la ciudad fueron los de su olvido, según cuentan. Así las dificultades obligaron a mudar de pellejo. Convertido en restorán del montón, lavado, sin encanto, en el que se sentaban los empleados de las oficinas cercanas, que zampaban allí su rancho con un ticket de empresa, apurando café, copa y Faria.
Parejas, culturetas y demás
Una cuarentena de comensales puede disfrutar de los platos típicos de Estevet, bien resueltos y a precios asequibles. Esa vieja fórmula de toda la vida hacia la que los locales más sensatos miran desde hace tiempo, pues no está el horno para bollos. Sobre su clientela, parecen vecinos del barrio, parejas jóvenes que llegan en bicicleta, solitarios o cuadrillas trajeadas de culturetas que aterrizan aquí para calmar el hambre que provoca pasearse por los museos de la zona.
Anchoas de L’Escala y pan con tomate, croquetas, buñuelos de bacalao, berberechos al ajillo, calçots con romesco, patatas Can Tomás, canelones de la casa, bacalao a la llauna, pescados planchados o rebozados y unas carnes de verdadero infarto: espalda de cabrito, sesos de cordero a la romana, cap i pota con sanfaina, butifarra con judías, manos de cerdo y caracoles, ¡cómanse un ciento!
Decía Josep Pla que «en su concepción del mundo, los caracoles juegan un gran papel y sirven para clasificar a la gente… Pau es un 50 caracoles… Pere un 150 caracoles… Berenguer un 200 caracoles». Él mismo era un 20 caracoles, «y los que no llegan a esa cantidad forman el mundo de los escomendrijos, una especie de limbo sin fuego ni luz, ni brasa ni humo». ¿Cuántos se comerían ustedes? Yo soy un 300 caracoles, aunque esté mal decirlo y corra el riesgo de que se entere mi dietista.
No sean tan borricos y dejen hueco para la crema catalana bien tostada, café y cubata. Beban cerveza Moritz bien fresca y vino del Priorato. Por cabeza, pagarán apenas 30 euros y con suerte les atenderá una artista de la pista, especie de camarera italiana tan hermosa como Sofía Loren, ¡gua!
Fuente: elcorreo.com